CARLOS FUENTES,
BLANCO SOBRE NEGRO
Por José Martínez M.
México, D. F., a 22 de mayo de
2012
Carlos Fuentes gozó de una imagen
prestigiosa. Fue criticado por estar siempre al lado del Príncipe. Fue muy
lejano al intelectual independiente. Aunque renunció a ser un caudillo cultural
estuvo siempre rodeado del poder, el dinero y la fama.
Recuerdo un texto periodístico
donde se hablaba de cómo a muchos se les caía la baba por el escritor, pero
otros lo denostaban. Es famosa la caracterización de "guerrillero
dandy", de Enrique Krauze, discípulo de Octavio Paz, cuando sometió bajo
el bisturí de su crítica a Carlos Fuentes. Tiene "un estilo de vida
burgués y una ideología antiburguesa..., una visión distorsionada de la
realidad mexicana", escribió Krauze en un episodio que dio inicio a la
enemistad entre los dos monstruos de la literatura mexicana.
Hace una década, Emmanuel
Carballo declaró que su colega "puede manifestarse sin transición como
escritor de izquierda o de derecha". Y hace poco, Elena Poniatowska
consideró que "no es capaz de bajar a los infiernos", en referencia a
su sofisticado estilo de vida, mientras la desaparecida diva María Félix lo
definió como "un escritor vedette". Incuso lo llamó “mujerujo”
René Avilés Fabila hizo una
excelente crítica en torno al homenaje por los 80 años de vida de Carlos
Fuentes. A la muerte de Fuentes de nueva cuenta recibe comentarios por
toneladas sobre su obra, mesas redondas, conferencias magistrales y
exposiciones analíticas. Sus panegiristas son cientos y se limitan a un puñado
de lugares comunes del elogio sin piedad.
“Con tanto festejo, como nunca le
hicieron a Alfonso Reyes, Mariano Azuela, José Vasconcelos, Salvador Novo,
Martín Luis Guzmán, Carlos Pellicer, José Revueltas, Rubén Bonifaz Nuño, Juan
Rulfo, Juan José Arreola, es imposible no pensar en Carlos Fuentes, en su éxito
abrumador y desconcertante para un mexicano, en su fantástico cosmopolitismo,
en su elegancia abrumadora”, escribió René Avilés.
Para sus fans Carlos Fuentes fue
un intelectual que tenía la estatura moral para hablar a nombre de la sociedad.
Fue un exégeta que supo interpretar la realidad social y política de México.
Fue el gran escritor del realismo simbólico. Desde niño fue educado en el
ámbito de las letras.
"A los 15 años pasé el año
más maravilloso, al descubrir a Borges, el tango y las mujeres", le confió
el escritor hace algunos años a Maya Jaggi, periodista cultural del diario
británico The Guardian. Esa inquietud lo llevó desde muy joven a enrolarse en
el periodismo. A los 21 años decidió que quería ser escritor y a los
veinticinco años publicó su primer libro, Los días enmascarados. Esa, su
primera obra, fue revisada por el maestro Juan José Arreola.
Mi primer contacto con Carlos
Fuentes fue con la lectura de Aura, como muchos otros estudiantes
preparatorianos a principios de los setenta, como ocurrió con la obra maestra
de Gabriel García Márquez Cien Años de Soledad que junto con Aura fueron
publicadas inicialmente en la década de los sesenta.
Desde entonces comenzó mi interés
como lector por la obra de Carlos Fuentes. Después en mis primeros años como
periodista en el desaparecido diario unomásuno, una tarde –de principios de los
ochenta– cuando me encontraba en la redacción junto con otros colegas, de
manera inesperada llegó Carlos Fuentes acompañando a Fernando Benítez, iban de
paso pues en seguida partirían a una comida. Hicieron una escala para recoger
unos papeles que Benítez guardaba en su oficina.
Fuentes nos saludó a los pocos
reporteros que nos encontrábamos en ese momento. No era una novedad, por ahí
era frecuente que desfilaran los más connotados intelectuales. Fuentes era ya
una gran celebridad y uno que sería de sus mejores amigos en la vida, el
historiador Héctor Aguilar Camín que ya despuntaba entre los intelectuales del
país, emprendía en el unomásuno una trayectoria que lo llevaría a entablar una
relación con la crème de la crème.
Años más tarde cuando preparaba
mi libro sobre el Retrato Inédito de Carlos Slim, tuve la oportunidad de
charlar con el autor de La región más transparente y aproveché para preguntarle
sobre su relación de amistad con el ingeniero Carlos Slim, ¿Por qué Slim busca
a los grandes intelectuales? “No, Slim no nos busca –me dijo Fuentes–, nosotros
lo buscamos a él, porque Carlos Slim nos ilumina. Nosotros aprendemos de él”,
me reiteró el escritor.
En efecto, Slim ha mantenido una
larga y fraternal amistad con muchos escritores y periodistas, la mantuvo con
Octavio Paz como con Fernando Benítez y a lo largo de los años la ha mantenido
con Enrique Krauze, Héctor Aguilar Camín, Julio Scherer, Carlos Payán,
Epigmenio Ibarra, entre otros. Incluso en una ocasión cuando el ingeniero Slim
me dio acceso a su archivo me mostró unas fotografías con Carlos Fuentes. La
amistad de Fuentes con Slim era entrañable, tanto que hace unos años cuando a
Carlos Slim le rindieron un homenaje en Nueva York, Carlos Fuentes le organizó
una cena inolvidable en el célebre Waldorf Astoria en la ilustre Park Avenue de
Manhattan.
A propósito de comidas, recuerdo
un espléndido texto de mi amigo el escritor René Avilés sobre los grandes
homenajes a Fuentes. Escribió Avilés que al autor de La muerte de Artemio Cruz
“le dieron una comida en el Castillo de Chapultepec para coronarlo como el
nuevo emperador de las letras latinoamericanas. Es un fastidio, como si fuera
el único. Los demás seguimos soñando con irnos de México a buscar un puñado de
comentarios que permitan saber qué hemos hecho. Para algún día quizá regresar
con un costal de críticas literarias adquiridas en el extranjero y probar que
sólo así es posible ser profeta en su tierra. La única que estuvo a la altura
de las circunstancias, fue la señora Josefina Vázquez Mota, antes autora de
libros de superación personal, hoy secretaria de Educación Pública, al
felicitar públicamente al autor de “La ciudad más transparente” diciéndole:
“Querido Octavio Paz, en este tu cumpleaños…” Fuentes, gracias a sus excesos de
cosmopolitismo, sonrió de modo casi natural.
“El éxito de Fuentes fue rápido y
notable, despertó envidias y oleadas de admiración. Jesús Arellano, un escritor
de filoso humorismo lo acusó de plagio y hasta dio pistas tanto en La región
más transparente como en Aura; en el primero la presencia del Manhattan
Transfer de John Dos Passos era evidente, en el segundo, la de Henry James con
Los papeles de Aspern. Arellano dio precisiones en un trabajo ciertamente
ocioso que más adelante retomaría Enrique Krause.
A Octavio Paz lo acusaron
repetidas veces de plagio, entre otros, Rubén Salazar Mallén y no de otros
autores sino de su propio trabajo sobre Sor Juana Inés de la Cruz. Paz,
desdeñoso, dijo: Los lobos se alimentan de corderos. Nada ocurrió, nada salvo
que le concedieron el Premio Nóbel de Literatura.
Fuentes supo de las acusaciones,
pues las páginas de la denuncia recorrieron el mundillo intelectual capitalino,
pequeño entonces. Tiempo después, al fin Carlos reconocería no el plagio, sí
las influencias. En sus primeras fastuosas intervenciones de autor exitoso
precisó en Bellas Artes (ciclo Los narradores ante el público): Que ya tenía
alas propias para volar. Desde entonces ha desdeñado a sus críticos y se ha
hecho amigo de todo aquél que pareciera tener talento. A diferencia de Paz,
Fuentes se negó a ser caudillo cultural.
Aceptó el reinado de Octavio,
pero pronto, a pesar de la influencia de El laberinto de la soledad y de la
admiración por Piedra de sol, rompieron abruptamente luego de la publicación de
un texto perverso, ameno, interesante y de dos o tres bandas: Enrique Krauze
escribió El guerrillero dandy. Se acabó la amistad. El novelista se limitó a
decir que una “cucaracha” había dado al traste con esa espléndida relación.

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