martes, 19 de abril de 2011

Columna: CON RUMBO AL SUR…



UN INDIO QUIERE LLORAR…





Por Angel Gabriel FERNÁNDEZ





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En la historia de los indios de México, el investigador Fernando Benítez nos da detalles vergonzosos de la marginación de que han sido objeto esos seres, esos paisanos, esos compatriotas nuestros.


El investigador recorrió todo México y convivió con las comunidades indígenas de Chihuahua, Oaxaca y Chiapas. En sus ensayos auspiciados por el Fondo de Cultura Económica –que son más bien excelentes reportajes periodísticos--, narra cómo a los indígenas los han engañado ya sea funcionarios del gobierno y los caciques, ladinos o mestizos. Por ejemplo, a un indígena que tenía muy buenos sembradíos, lo emborracharon y durante su embriaguez, con un machete asesinaron un perro y le colocaron el “arma homicida” en la mano; cuando el indio despertó, ya lo estaban acusando de homicidio aunque no hubiera cadáver de ser humano de por medio; para no ir a la cárcel, el indio tuvo que entregar sus tierras.

En la zona indígena de Chiapas, un cacique hacía dinero vendiendo alcohol; en las fiestas patronales hacía su agosto. En una ocasión el negocio no le salió tan redondo como esperaba, quedándole en sus bodegas muchos litros de aguardiente. Para poder vender todo el alcohol tuvo una idea: fue a la Iglesia del pueblo y se robó al Santo Patrono, al que dejó abandonado en el camino vecinal. Cuando la gente del pueblo (toda indígena) fue a encontrar al Santo, lo encontraron y en él había un recado que decía que “estaba triste porque no le habían hecho la fiesta que se merecía”. El resultado fue que la gente se llevó al santo y todos se embriagaron, bebiéndose todo el alcohol que el cacique tenía para venderles. Negocio completo.



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Santa Rita Laurel es una comunidad indígena del municipio de Acayucan. Viven en ella unas mil 200 personas entre niños y adultos. Para llegar a ella hay que entrar por la carretera Costera del Golfo en la comunidad Ixtagapa y luego recorrer unos 6 kilómetros de terracería. Está a menos de 20 kilómetros de la cabecera municipal.

La gente habla zoque-popoluca y medio español. En la comunidad estaba asentada una misión de monjas españolas que catequizaba a la gente y que enseñaba a las mujeres algunos oficios. El mayor problema ha sido la pobreza.

En esa comunidad, desde hace muchos años la gente ya no cree en el PRI ni en la gente que entra con el cuento de ayudarlos a salir de la marginación. Desde hace años votan contra todo lo que pinte verde, blanco y rojo. Las monjas españolas ya se fueron y los funcionarios del que fuera Instituto Nacional Indigenista (INI) hoy CDI ni se aparecen por ese lugar. Son los indígenas más abandonados de la región, que viven en un municipio que supuestamente progresa a pasos agigantados: Acayucan.

En la reciente elección para sub agente municipal, los opositores ganaron por 40 votos al gallo del PRI. Así ha sido siempre.

Santa Rita tiene una casa de salud en la que no hay médico; sólo atiende una auxiliar (que no es ni enfermera); tiene primaria y secundaria pero no tiene bachilleres.



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Ayer rondaban por el palacio municipal de Acayucan varios vecinos de Santa Rita Laurel. Andaban narrando su tragedia.

Contaron que el viernes pasado, una de las ciudadanas orgullo del pueblo, Flora Isabel Alfonso Hernández, había enfermado. Por sus medios (acuérdese el lector que si no hay ambulancia para el área urbana, menos la hay para el área rural), la sacaron y la trasladaron a la clínica Coplamar de Jáltipan.

Flora Isabel tenía 34 años y era empleada de la regiduría a cargo de Norma Angélica Diz Reyes, irónicamente, regiduría encargada del área de la salud.

En Jáltipan, la mujer de Santa Rita Laurel fue sometida a una operación, pero de la clínica salió muerta y con todo el dolor de sus paisanos, el domingo pasado ya la sepultaron.

Los indígenas están tristes: tenían a una mujer de su pueblo trabajando en el Ayuntamiento, esperanzados en que los ayudara con sus trámites, pero por una intervención quirúrgica mal ejecutada, murió. La gente del pueblo es pacífica pero no del todo ignorante, ya que ayer hablaban de demandar por negligencia médica a los médicos de Jáltipan, porque supuestamente la “pasaron de anestesia”.



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El abandono oficial en que está sumergida Santa Rita Laurel es de antaño. Los indígenas de Acayucan no cuentan. Les pasa como dicen que decía un general gringo: “El indio que vale, es el indio muerto…”.

Los de Santa Rita Laurel, los de Pitalillo, los de Paso Limón, esos sólo cuentan para los políticos en campaña. Nomás falta que los inviten a desayunar al Kinakú o que los lleven a conocer la cortina de aire de las tiendas departamentales. En esas comunidades acayuqueñas, ubicadas a pocos minutos de la ciudad, no conocen el internet.



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El lunes 14 de marzo, estuvo en Acayucan el secretario de Salud, Pablo Anaya Rivera; anunció que “en breve” todos los municipios tendría ambulancias equipadas, porque ya el gobierno estatal había hecho el encargo de 212 ambulancias, pero creo que las ambulancias vienen en los lomos de tortugas gigantes como las que hay en las Islas Galápagos, porque en la zona de Acayucan, sigue habiendo el problema de que no hay en qué trasladar a los enfermos a los hospitales. Como le pasó a la mujer de Santa Rita Laurel.



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Cuando estalló el conflicto armado en Chiapas, el 1 de enero de 1994, fue plagiado el general Absalón Castellanos Domínguez, quien fuera gobernador de ese Estado. Los zapatistas lo querían ajusticiar por traidor, decían. El general Absalón era aficionado al basquetbol y por ello ordenó construir canchas para ese deporte en todas las comunidades indígenas. El basquetbol es un deporte para gente alta y le dicen el “deporte ráfaga” porque se necesita mucha condición física, luego entonces, era ilógico que los indígenas chiapanecos de 1.60 metros de estatura y cansados de estar todo el día en las milpas, tuvieran capacidad para dedicarse a ese deporte. También mandó hacer un teatro con cámara para orquesta en lo más alto de la selva lacandona, como si los indígenas supieran de Mozart o como si tuvieran dinero para entrar a uno de esos espectáculos, al que seguramente tendrían que entrar descalzos y con el riesgo de maltratar las alfombras.


Los indígenas de Acayucan exigen atención. No hay que esperar a que se hagan justicia por su propia mano. No quieren canchas ni teatros: quieren atención médica, quieren ambulancia, quieren asfalto para su terracería. Nomás.

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