CLAROSCUROS
José Luis Ortega Vidal
(1)
Al tiempo de concluir la jornada de más profundo misterio
en la fe cristiana: la Semana Santa, el mundo político mexicano arranca hoy
–domingo de resurrección- un calendario clave para el desenvolvimiento del
poder en el país durante los 3 años que vienen.
(2)
La elección de los próximos integrantes de la Cámara Baja
en el Congreso de la Unión no es un tema menor, aunque el rechazo y hartazgo
ciudadano ante la podredumbre de nuestra clase política provoca desdén y
alejamiento.
(3)
Los partidos políticos, las candidatas y los candidatos
que hoy inician su búsqueda del voto y de cuya lista surgirá la LXIII
Legislatura, serán poseedores –en base a nuestra determinación vía el sufragio-
de una parte de nuestro futuro: el que se liga con el poder.
Nos guste o no, simpaticemos o no con la democracia
representativa y en pañales de México, sólo existe una vía institucional para
salir del hoyanco en que está hundido el país en todos los órdenes.
Para superar la crisis económica, el desempleo, la
inseguridad, la violencia desatada por el crimen organizado en complicidad con
la propia estructura de gobierno, la corrupción, la impunidad, la falta de un
relevo generacional justo y esperanzador –pensemos en una generación de padres
que entreguen a sus hijos un país desarrollado- no existe otro camino que las
elecciones.
Nuestro subdesarrollo se refleja en problemas de
insuficiencia educativa y de servicios básicos como el de salud.
Resolverlos, sí, es un asunto institucional, pero también
es un tema de participación política, de organización social.
(4)
En México ya ocurrió una guerra civil a la que
denominamos Revolución de 1910.
Ya sabemos sobre la existencia de grupos que optan por la
vía armada y operan en varios estados de la República como Guerrero, Chiapas,
Oaxaca e incluso mantienen presencia histórica en Veracruz.
Está vivo, activo
-y recién ha enviado el mensaje de que viene lo peor y es necesario
actuar por una vía distinta a la protesta pacífica- el Ejército Zapatista de
Liberación Nacional, EZLN, que en 1994 logró traer al estado de Chiapas del
siglo XIX en que vivía al siglo XX lleno de limitaciones pero –al menos- con
cierta distancia del feudalismo que provocó y justificó el levantamiento
indígena.
(5)
Revisemos la historia –nacional y mundial- echemos un
vistazo a todas las versiones ideológicas, analicemos las múltiples
explicaciones sociológicas y antropológicas de nuestro presente atroz;
dialoguemos, debatamos, reflexionemos; es más, mentemos la madre a todo aquel
que consideremos culpable del fracaso histórico mexicano.
Sí. Está bien.
Pero al final de todo esto lleguemos a una conclusión y
ésta no será otra que la importancia -estratégica o específica- de ir a votar
el próximo 7 de junio.
- Por quién
sea.
- Bajo la
perspectiva que sea.
- A favor del
partido que sea.
El punto es ir y votar.
(6)
Las elecciones intermedias de México son las menos
votadas. Suelen participan menos del 40 % del electorado.
Tres años más tarde, cuando llega la sucesión
presidencial los mexicanos salimos a votar en número mucho mayor.
La importancia de votar ha quedado demostrada en 1988
cuando Cuauhtémoc Cárdenas ganó y el PRI apoyado en el ejército amenazante –el
Estado se define por el monopolio de la violencia, afirmó Max Weber- impuso a
Carlos Salinas de Gortari.
Aguantamos, nos chutamos la violación histórica que
Salinas de Gortari le hizo al país a lo largo de 6 años –lo sigue haciendo a
través de su alfil Enrique Peña Nieto- y arribamos a un sexenio gris,
oscuramente mediocre de Ernesto Zedillo cuyo arranque en diciembre de 1994
ocurrió con una devaluación histórica que nos hundió.
Luego, en el año 2000 por fin pudimos demostrarnos que
votando en masa es posible cambiar gradualmente las cosas por el único camino
posible: la democracia imperfecta, lenta, en pañales, pero la democracia que es
nuestra democracia.
Lo de Fox y Calderón fue una docena trágica: de la
idiotez pasamos a seis años de eficiente perversidad bañada por un tufo
irremediable del fraude electoral; pero no hubo de otra…y volvimos a aguantar.
El retorno del PRI al poder en el 2012 fue una decisión
de la mayoría.
Que el actual Presidente será un hombre política e
intelectualmente muy limitado, que esté acorralado por una serie de decisiones
mal tomadas por él y su equipo y quienes están detrás de todos ellos: la cúpula
del poder financiero, eclesiástico, militar, mediático, a nivel nacional e
internacional, es resultado –aunque duela decirlo- de una decisión democrática
tomada por los mexicanos.
(7)
En fin.
Aquí estamos de nueva cuenta.
Ningún pueblo pagará por nuestros errores.
Ninguna sociedad será responsable de nuestras decisiones.
En México las decisiones las toman autoridades mexicanas
electas por mexicanos.
Y hoy arranca una campaña con candidatos y candidatas de
todos los colores y perfiles: desde los tarados hasta los brillantes; de los
ladrones hasta los de buena fe.
Pero son mexicanos y los elegiremos mexicanos.
Y en México no hay de otra: o votas el 7 de junio y
abonas con tu voto al cambio que deseas o te esperan tres años para decidirte a
hacerlo.
(8)
¿Qué ocurre entre elección y elección?
La vida política entre comicios es sumamente compleja e
incluye el quehacer del Estado institucional así como el Estado económico y el
Estado social.
Las elecciones sólo son un momento de evaluación, de
cierre y de arranque.
Empero, este momento es clave, determinante. Aquí tenemos
la oportunidad de ir dando el giro de las cosas hacia el avance institucional
que requerimos y que pasa –necesariamente- por una democracia participativa,
viva, consciente, pujante, exigente.
Una democracia de los ciudadanos y no propiedad mal
habida de los partidos políticos y sus dueños.
(9)
Hay que escucharlos, cuestionarlos, criticarlos,
vigilarlos y luego ir y votar por el menos peor o por el que se le dé la
regalada gana a cada quien, pero hay que ir a votar.
Votar es un acto de civilidad y de educación política.
Eduquémonos políticamente nosotros mismos.
Y sigamos en la lucha pacífica, palmo a palmo, día con
día, para mejorar este país que es nuestro país. De nadie más.
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