Acayucan, Ver., Domingo, 24 de Agosto de 2014
Por Eva López Robinson
Cada
que veo un indigente siempre me pregunto ¿cuál será su historia?, al
observarlos, unos con la mirada perdida, indiferentes al mundo que les
rodea; otros en su propia burbuja, donde seguramente son felices, a su
manera, y en fin, cada uno de estos seres cuyo interior guarda sin duda
el motivo de su peregrinar en las calles, no sólo de nuestro pueblo,
porque la indigencia es un problema mundial.
Salimos de
la misa de nuestro amigo Chinito Ley y llegamos al parque, con su
movimiento vespertino y las bancas incitando a sentarse y observar un
cielo azul maravilloso. Nos detuvimos cerca del kiosco y ahí, junto al
módulo del PAN en su captación de firmas, un hombre barbado, con los
cabellos largos y despeinados, enfundado en gruesa chamarra, pese al
horrible calor, sentado en la verde banca, comparte un plato de comida
con tres famélicos perros.
Me acerco y
tomo lugar junto a él que me recibe con una sonrisa muy amplia. “No
muerden – refiriéndose a los canes – son muy mansitos, mire –me extiende
un hueso de pollo que olía por cierto delicioso, o sería que yo tampoco
había comido- ¿lo ve?
El perro de
manchas negras acepta el hueso que le doy y se echa a los pies de su
benefactor; ahí están los animalitos observando detenidamente el plato de unicel, de donde surge el manjar que saborean.
¿Son suyos?
- “No, doña, pero me siguen porque saben que les doy de comer… es que un señor, allá donde andaba caminando, me regaló este pollito y vine a comérmelo al parque, pero ya ve – señala con los ojos a los canes- no como solo”.
¿Hace cuánto llegó a Acayucan?
- “Uhh, doña, no recuerdo si son 7 meses”.
Y ¿Por qué vino aquí?
- “Alguien me dijo que mi mujer estaba acá y vine a seguirla, pero pues –con sonrisa de resignación- ya tenía otro marido, ya ni modo, y me gustó el lugar, por eso me quedé”.
¿Cuál es su nombre?
- “Martín Gómez Prieto”
Oiga don Martín y ¿de dónde es usted?
Se rasca la pelambrera, sonríe, como tratando de recordar, cruza una pierna sobre otra, antes de responder.
- “Creo que de por allá de San Andrés”
Y aquí ¿Dónde vive?
Ahora sí ríe por su ocurrencia al responder:
- “A un lado de la escuela doña –señalando hacia la Miguel Alemán- y ahí me siguen éstos, porque si tengo comida les doy, pobrecitos, andan igual que yo”.
Le
agradezco la charla y me retiro con mis amigos, satisfecha de mi corta
charla con este hombre que, por la razón que sea, deambula por las
calles acayuqueñas.
Algo que me
llamó la atención fue la generosidad de Martín, porque el pollo que
compartía con los perros, no eran huesos solamente, sino trozos que bien
pudo guardar para comer más tarde, pero no cabe duda que siempre el que
menos tiene, es el que más da.
Y créanme,
me despedí de este hombre sucio, desaliñado, con una gran lección en mi
haber. La generosidad no tiene precio y nos hace experimentar una
felicidad que no se adquiere con dinero.
Dios guarde a Martín Gómez Prieto.
(Tomado de La Grilla del Sur/ Acayucan)
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