•“El periodismo no deja” •“Tu reportaje no sirve” •Julio Scherer enfurecía…
Por: Luis Velázquez
Veracruz, México; 27 de julio de 2013.-- DOMINGO “Tu reportaje no sirve”:
José Pagés Llergo, el legendario director de la revista Siempre! que
años más tarde sería, fue nombrado director general de un periódico en
Guadalajara: “El occidental” (parece).
Así, invitó al joven reportero Roberto Blanco Moheno para treparse a su nave y embarcarse en la aventura periodística.
En la primera, segunda semana, Pagés
Llergo le encargó un reportaje, y cuando aquella tarde lo entregara,
Pagés leyó en silencio el texto mientras Blanco Moheno lo miraba también
en silencio, y al último el tabasqueño apretujó las hojas de papel
revolución y las tiró al cesto de la basura.
“No sirve. Vuelve a escribirlo” le dijo sin una explicación de los errores y las fallas.
Una hora después, Blanco Moheno entró al
privado de Pagés y entregó el segundo y luego el tercero y después el
cuarto, y en todos los casos, la respuesta era la misma.
“No sirve. Vuelve a escribirlo”.
Casi a la medianoche, Blanco Moheno
entregaba el reportaje número diez escrito y reescrito y Pagés Llergo le
repitió la misma leyenda.
“No sirve. Vuelve a escribirlo” y lo arrojó al cesto de la basura.
Entonces, ante el asombro de Blanco
Moheno, Pagés se tiró al suelo y buscó en el cesto los diez reportajes y
los tendió en el escritorio y luego de escudriñar uno por uno, dijo:
“Tú mejor reportaje fue el primero. Ese publicaremos”.
Explosivo, con indignación crónica,
Blanco Moheno supo disciplinarse ante su amigo y director del periódico y
salió del privado sin pronunciar una sola palabra.
LUNES
La boda de Jack Kennedy
El 20 de octubre de 1968, Jacqueline
Kennedy casó en segundas nupcias con el armador griego Aristóteles
Onassis, quien había estado casado con la soprano Margarita Callas.
La nota informativa llegó a la redacción
del periódico “La nación”, en el puerto jarocho, entre 10 y 11 de la
noche, y el reportero de guardia, Jorge Arias, la recibió en el
teletipo, la miró, y la dejó por ahí, sin darle la importancia para la
chismografía social que significaba.
Y, bueno, al otro día “La Nación”
apareció sin la nota, ni siquiera, vaya, en la página de sociales, donde
el reportero Joe de Lara escribía una columna de la gente VIP de
Veracruz y en donde a cada rato saludaba con admiración a la señora
Elizabeth Esquinca, la dueña del prostíbulo más famoso en la historia
jarocha, “La escondida”, sin que nadie de los dueños le dijeran una sola
palabra.
En la tarde, el gerente del periódico,
Antonio de la Miyar, llegó enfurecido a la sala de redacción y se fue
con todo, hasta con mentadas de madre que se escuchaban en la calle, en
contra de Jorge Arias.
Y luego de las catilinarias
efervescentes, el gerente de “La Nación” despidió a Jorge Arias sin
mayores explicaciones, sin el pago de la quincena, sin una liquidación,
pues la información de la nueva boda de Jaqueline Kennedy debía haberse
publicado a ocho columnas, en portada, dijo.
MARTES
Cuando Julio Scherer enfurecía
Nada enfurecía tanto a don Julio Scherer García, director general de Proceso, como una carta aclaratoria a un reportero.
Uno: porque Proceso era puesto en evidencia.
Dos: porque quizá, acaso, el reportero había descuidado alguna fuente, un dato, una prueba.
Tres: porque cuestionaba el trabajo profesional de un medio, basado en la esencia pura del rigor informativo.
Entonces, don Julio llamaba a su oficina al reportero desmentido y que Dios lo cuidara…
Claro, si el reportero tenía las pruebas
y las mostraba y demostraba, don Julio arremetía duro y tupido contra
quien se hubiera atrevido a enviar la carta aclaratoria.
Sólo así Proceso se convirtió, entre otras razones, en uno de los medios más respetados, enfurecidamente crítico, del país.
Pero, también, cuando un reportero
llegaba a la portada con un trabajo excepcional, fuera de serie,
campanazo, don Julio se desvivía y en su ternura de padre amoroso hasta
enviaba una ramo de flores al periodista, fuera hombre o mujer.
MIÉRCOLES
“El periodismo no deja”
En 1968, las Olimpiadas se efectuaron en
la ciudad de México, cuando apenas había pasado el movimiento
estudiantil con la matanza de Tlatelolco, ordenada por el presidente
Gustavo Díaz Ordaz.
En el periódico “La Nación”, en el
puerto jarocho, el reportero de deportes, Juan Álvarez, todos los días
se sentaba desde la mañana frente al televisor en su casa, en short,
chanclas y una chela a su lado, tomaba datos que en la tarde, cuando en
el periódico seguía mirando la tele con las Olimpiadas, escribía para la
edición diaria.
Y en cada nota agregaba la leyenda bíblica de “enviado especial”, con todo el cinismo del mundo.
Incluso, para el jefe de redacción
significaba una estafa, pero desde la gerencia del periódico llegó la
orden de que se le dejara el epígrafe de “enviado especial” porque lucía
al medio.
Así cubrió toda la Olimpiada el
compañero Juan Alvarez. Años después, renunciaría al medio y a trabajar
en el periodismo porque un día descubrió que “no era ningún negocio
trabajar de reportero”.
Acuñó, además, la siguiente frase bíblica: “Esto no deja”.
Y siguió chambeando de profesor de escuela primaria.
JUEVES
La fuente no se le dice ni a Dios
La dueña del periódico llamó a Jorge
Arias para exigirle el nombre de la fuente informativa sobre un
violador, amigo de su amigo.
--Disculpe, usted, pero la fuente de un reportero no se le dice ni a Dios.
--Soy la dueña.
--Usted será la dueña. Y se le respeta. Pero en todo caso, la noticia es si la nota es cierta o falsa.
--Deme la fuente.
--La fuente, repito, no se le dice ni a Dios.
Entonces, la dueña habló con el jefe de
Información, el profesor Alfonso Valencia Ríos, y Jorge Arias repitió la
misma cantaleta.
--Sólo quiero sabe si es cierto.
Y Jorge Arias le entregó el documento del Ministerio Público con todo y sentencia al violador de la menor.
Don Alfonso lo leyó y releyó y devolvió el documento al reportero.
Luego, defendió a Jorge Arias ante la
dueña del periódico con el mismo argumento: “La fuente de un reportero
no se le dice ni a Dios”.
VIERNES
La reportera perdió la nota…
La incipiente y joven reportera leyó su
primera orden de información: hablar con el delegado de Tránsito, el
capitán Ramón Cano Beltrán, en el puerto jarocho, sobre los pendientes
de vialidad.
Probó su grabadora, checó el volumen de
las pilas y desde el periódico se fue caminando unas seis, siete cuadras
a la oficina del funcionario.
Cano Beltrán se parecía, años entonces,
al artista galán Julio Alemán. Y aun cuando es bajito de estatura, el
perfil físico lo emparentaba como un hermano menor.
Y la novata reportera se prendió del
Julio Alemán jarocho quien ante los ojos verdes, grandes, la piel
blanca, la cabellera lacia y larga cayendo sobre los pechos, alardeó de
su condición de político y sonreía, alucinado con la chica, alucinante
él.
Por aquí la chica reportera lanzaba una
pregunta, el capitán sonreía y sonreía, contestando, claro, pero al
mismo tiempo, seductor.
Quedaron de verse para seguir platicando otro día.
Y cuando la incipiente reportera llegó
al periódico para escribir la nota, descubrió, angustiada, que había
apretado una tecla equivocada de la grabadora y nunca había registrado
una sola palabra del delegado de Tránsito.
Y regresó a la oficina del capitán. Pero
el capitán ya se había retirado a tomar su cafecito de todos los días,
cita puntual, inevitable, con los amigos, para componer el mundo.
La novel reportera se puso a llorar…
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sábado, 27 de julio de 2013
Diario de un reportero: Cuando Julio Scherer enfurecía
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