lunes, 5 de noviembre de 2012

27 años de la matanza de judiciales en Taboada



CLAROSCUROS


Por José Luis Ortega Vidal

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Se han cumplido 27 años tras la masacre de 22 agentes de la Policía Judicial Federal en el poblado de “Rodolfo Sánchez Taboada”, en el municipio de Hidalgotitlán, al sur Veracruz.
Se trata de un suceso cuyo colofón aún no ocurre y lleno de laberintos informativos sin salida que nadie es capaz de recorrer, a casi tres décadas de aquellos sucesos.

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La periodista Anabel Hernández se refiere a estos hechos en su libro “Los Señores del Narco”.
La obra periodística ofrece –de manera sucinta- una hipótesis sobre lo sucedido entre los días 1 y 2 de noviembre de 1985 en una región de la selva veracruzana que colinda con los estados de Chiapas y Oaxaca y que durante el sexenio del gobernador Patricio Chirinos Calero se estrenó como el municipio de Valle del Uxpanapa.
Habitado por indígenas chinantecos reacomodados tras la construcción de la Presa Cerro de Oro en la zona alta del río Papaloapan -por órdenes del Presidente Luis Echeverría Alvarez- el Uxpanapa es hasta la fecha una zona inhóspita; ecológicamente destrozada y culturalmente inventada.
Rico en diversidad faunística y florística, vecino de la región de “Los Chimalapas” –en Chiapas- el llamado Valle bien puede ser comparado con una suerte de escenario de literatura negra.
Los indígenas traspasados de su lugar de origen hacia esta zona, han sufrido por décadas un proceso de aculturación dramático.
Su origen es campesino.
Son gente cuyos antepasados vivieron de cultivar maíz y un día al gobierno federal se le ocurrió que estorbaban en la región oaxaqueña –colindante con Veracruz- donde habían vivido siempre y decidió que así nomás, por decreto, podrían evolucionar de campesinos a ganaderos y a silvicultores.
La parte baja del Papaloapan –Tlacotalpan incluido- se inundaba cada año.
Los ingenieros dijeron que La Chinantla debía desaparecer para construir una presa y así ocurrió.
Es impresionante cómo la vida opera bajo un efecto dominó.
Una decisión política tomada con buenas intenciones una visión equivocada, se suma a un drama histórico.
El resultado de la reubicación chinanteca llevada a cabo a inicios de la década de los 70s, fue una suerte de “frankenstein socioeconómico” oaxaqueño-veracruzano-chiapaneco, que llevó a un pueblo entero a romper -bajo el sometimiento oficial- con su identidad cultural; con su pasado; con sus tradiciones; con su economía histórica y con su futuro.

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Consecuencia del traspaso de pueblos chinantecos enteros a la selva del Uxpanapa fueron, entre otras cosas: la utilización de muchos de sus integrantes por parte del narcotráfico para la siembra, cultivo y tráfico de marihuana; la devastación de miles de hectáreas de selva para la inútil explotación de un suelo sin vocación agrícola, en la siembra de un maíz insuficiente para su propia alimentación; el alcoholismo y la violencia como elementos de convivencia que marcaron a más de una generación.

Durante más de dos décadas las cabeceras municipales de Jesús Carranza, Las Choapas, Minatitlán e Hidalgotitlán, fueron insuficientes para atender a estos nuevos vecinos de “El Uxpanapa” cuyos territorios asignados por el echeverrismo estaban divididos en cuatro partes; una para cada uno de esas demarcaciones que no tenían dinero suficiente para atender sus demandas.
Para salir de las comunidades cuyos nombres son emblemáticos de aquella masacre cultural: “Poblado 1”, “Poblado 2”, Poblado 3”…”Poblado 12”; hasta la fecha hay que usar una carretera que enlaza con “Boca del Monte”, un pueblo que pertenece al municipio de Palomares, en Oaxaca.
Desde allí, el pueblo veracruzano más cercano es el de Jesús Carranza, a más de una hora de distancia; luego siguen Sayula de Alemán a otra hora y minutos y más adelante Acayucan, a una hora y media de Jesús Carranza.
Ya convertido en un municipio más, con presupuesto propio, el Valle del Uxpanapa sigue marginado, sin terminar su evolución de un pueblo indígena de vocación maicera a una demarcación desarrollada en medio de la selva.
Un amigo intentó abrir un periódico apenas hace unos cuatro años.
Trabajó unos meses y le iba bien, al vocear el primer y único medio impreso en aquella región.
Al poco tiempo debió cambiar de residencia.
Sacó alguna nota que no le gustó a un hombre poderoso del rumbo que tuvo a bien avisarle antes de proceder: “o te aplacas o te mueres”, le dijo.  Palabras más palabras menos.
Este es otro ejemplo de la circunstancia sociopolítica de “El Uxpanapa”, en pleno siglo XXI.

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Anabel Hernández ubica la matanza de judiciales federales de 1985, en un rancho del narcotraficante Rafael Caro Quintero en territorio de Veracruz.
No hay otro lugar veracruzano donde haya ocurrido una matanza de judiciales federales en 1985, que el de “Rafael Sánchez Taboada”, ubicado en la región del “Valle del Uxpanapa”.
Así las cosas, la periodista se refiere a los sucesos que hasta la fecha mantienen en la cárcel a más de una docena de presuntos autores materiales de aquella matanza.

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Típico en libros que abarcan temáticas tan largas y profundas como la del narcotráfico en México y sus nexos con el poder político del país y –en este caso- el de Estados Unidos, hay detalles que se pierden.
Hay, también, datos que de plano están equivocados.
Sin embargo, el libro de Anabel Hernández por primera vez liga sucesos que en Veracruz se han visto y abordado como separados e independientes.
La matanza de judiciales federales en 1985, en un lugar recóndito del sur veracruzano, estaría ligada a la muerte de Manuel Buendía Tellezgirón un año con cinco meses antes, en mayo de 1984; bajo las balas ordenadas presuntamente desde de la Secretaría de Gobernación en el gobierno de Miguel De la Madrid Hurtado.
PRIMERA PARTE…

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