domingo, 21 de agosto de 2011

Mexicanos ilegales en Guatemala


Por José Luis Ortega Vidal

El Ceibo, Departamento de Petén; Guatemala.- ¡Aléjese por favor, mientras reviso su auto…!
La voz fue firme. De mando.
La reacción del periodista aludido fue de obediencia inmediata. El segundo policía se colocó en posición de firme y transformó su rostro en un gesto adusto.
En ese momento, las cosas tomaron un giro distinto. Pasaron de la anécdota curiosa al: ¡ah caray!
Unos minutos antes, un grupo de militares pasó frente a la patrulla de la policía estatal de Petén y el automóvil de los periodistas mexicanos que se dirigían al poblado de “El Naranjo”, a 28 kilómetros del puerto fronterizo de “El Ceibo”.
Sintieron claramente que ya estaban en una patria ajena; en otro país, frente a una autoridad desconocida que al inicio parecía simpática, pero conforme pasaban los minutos se iba volviendo severa, impositiva, cada vez más firme; a cada instante más decidida a demostrar “quién manda aquí…”

LA LLAMADA

Eran las 14:15 horas del sábado 20 de agosto. La pareja formada por un reportero y una fotógrafa del Diario Notisur, de Coatzacoalcos, se instaló una noche antes en el Hotel “Hacienda Tabasqueña”, en Tenosique, Tabasco.
Hasta ese lugar habían llegado un día antes por la tarde en búsqueda del Fraile Tomás González, miembro de la Pastoral Católica de los Migrantes y uno de los sacerdotes franciscanos que atienden el Albergue para Migrantes en Tenosique.
El objetivo: una entrevista fundamental para la investigación que arrancó dos meses atrás sobre el fenómeno migratorio de Centroamérica a Estados Unidos y su cruento paso por México.
El padre recomendó el viernes: al Ceibo se puede ir, pero de día y con cuidado; pertenece a Tenosique y queda como a 40 minutos…
Es una zona delicada, un poco peligrosa; no tanto como el municipio de Balancán, dijo.
Algunas comunidades de Balancán –el tercero, junto a Emiliano Zapata y Tenosique, que forman la frontera tabasqueña con Guatemala- se consideran muy peligrosas.
Allí, no es recomendable ir ni de día ni de noche.
La información que se recabó desde el viernes estableció que el crimen organizado domina esa zona en la que atacan a los migrantes.
Ir allí es toparse con ellos y lesionar sus intereses de manera directa.
Es, pues, arriesgar la seguridad personal.
Los policías estatales de Petén, el Departamento -equivalente a un Estado, en México- más grande de Guatemala, viajaban en la patrulla 094, una unidad marca Mitsubichi, de modelo reciente, seminueva a juzgar por su aspecto.
El alto a los periodistas fue exactamente en la entrada al Naranjo, dentro del territorio del municipio de La Libertad, lo mismo que El Ceibo.
A lo lejos se apreciaba el río San Pedro y la primera imagen del pueblo es una cabaña en muy malas condiciones; hecha con techo de palma y con paredes de carrizo; casi caída y sin embargo con señales de que allí habita alguien, dada la presencia de trastos y un lavadero a su costado.
Esa fue la última gráfica que se pudo tomar.
La toma de la fotografía coincidió con la aparición de la camioneta 094 y su alto fue inmediato, así como la señal del policía al mando para que los visitantes se detuvieran.
Lo demás fue un diálogo como de casi media hora que por ahí del minuto 15 empezó a despertar cierto nerviosismo.
Los policías lucían en su camisola los nombres: Beliz Aceituno y Col Yup.
- Esto no es México, esto no es Veracruz, esto no es Coatzacoalcos…
Aquí, nada de lo que traes encima te sirve de mucho, pensó el reportero luego de escuchar el tono de los agentes del orden.
- ¿Quiénes son? ¿Qué andan haciendo aquí? Fueron las primeras preguntas.
- Somos periodistas mexicanos, veracruzanos, de Coatzacoalcos, respondimos.
- Sus papeles…
- Claro, mostramos un pedazo de hoja de 5 centímetros cuadrados, con cuatro líneas que daban los datos del carro en que viajábamos y lucía un sello medio cortado alusivo a la autoridad fiscal que nos permitió el acceso a territorio guatemalteco…
- Bien, esto es para que su automóvil pueda circular aquí…Pero faltan la autorización para ustedes… ¿Dónde está?
- ¡Ah chingá…se dijeron los reporteros con la mirada…! Y vino la pregunta obligada ¿Había que sacar otro papelito?
- Claro: están ustedes en un territorio extranjero y para poder circular aquí deben cumplir con ciertas normas, igual que nos hacen a nosotros en México…bla…bla…bla…
En México, aquí, en la frontera, nosotros no podemos cruzar la línea que está aquí en el Ceibo, no podemos ni siquiera ir a comprar agua…Y uniformados mucho menos…Nos piden inmediatamente nuestros permisos, nuestros papeles…Guatemala es más amable, es tolerante, se les permite pasar, hasta están tomando fotografías…Pero necesitan un permiso de las autoridades migratorias porque al no traerlo están violando las leyes guatemaltecas…bla..bla…bla
- ¡Madre mía de Guadalupe! Pensó el reportero: O sea -dicho de otro modo- aquí estoy en calidad de ilegal, se planteó de inmediato…
Y solito concluyó: Sí, eres un migrante ilegal en un país que se llama Guatemala y frente a dos policías que evidentemente tienen un profundo “rencor social” hacia México…
¿Qué hacer en un caso como éste?
¿Qué procede?
Se preguntó el ilegal mexicano.
- Ya sé, se respondió. Y se dio un auto consejo: ¡Cállate!
El regaño siguió y vino una orden: esperen aquí. Voy a llamar a las autoridades migratorias de “El Ceibo” para que indiquen lo conducente. Pero lo más seguro es que tendrán que pagar una multa y salir de aquí inmediatamente.
La fotógrafa intentó intercambiar argumentos y explicó: Cruzamos la frontera. Un policía guatemalteco nos detuvo a los tres metros de la línea divisoria. Nos mandó a la oficina fiscal que está allí y recibimos una serie de bonitos datos acerca del Departamento de El Petén, del municipio La Libertad y de la comunidad de El Ceibo que está dividida en dos partes: El Ceibo mexicano, donde unas trimotos verdes dan servicio de taxis y se ubican unos veinte locales que venden comida, ropa y recuerdos y del otro lado está El Ceibo guatemalteco, donde básicamente hay lo mismo sólo que con trimotos rojas y un mercado mucho más grande, donde se venden un montón de productos de importación, bien baratos…
- Es más, añadió: Nos atendió un empleado fiscal y nos dijo que podíamos pasar a Guatemala; que para él éramos turistas y teníamos derecho a circular 30 kilómetros dentro del territorio de Guatemala y ya. Justo hasta el poblado de “El Naranjo”. Nunca nos dijo que había que sacar otro permiso ni nada…Un muchacho fumigó el carro y cobró 35 pesos por esa labor…Luego, pasamos…
- Pues se equivocaron, respondió el policía que se había quedado vigilando a los migrantes ilegales mexicanos. Aquí, el único que circula legalmente es su carro. Ustedes no.
- Bien…dijimos.
Ya de vuelta, el policía que iba al mando saludó al grupo de soldados que retornaba en la misma camioneta Toyota, vieja, desvencijada, donde ahora se pudo apreciar que eran cinco uniformados jóvenes y un muchacho de piel negra que viajaba junto al conductor, con playera gris y en calidad de quién sabe qué…
Siguió el regaño y las quejas sobre la diferencia entre el trato que dan las autoridades guatemaltecas a los mexicanos ilegales y lo que se hace en México con los guatemaltecos que cruzan nuestro territorio sin permiso.
- En boca cerrada no entran moscas, se recordó a sí mismo el reportero que sólo esperaba la señal de “lléguenle” para retornar a territorio nacional; al ritmo –desde luego- del célebre dicho de “P…el último…”
Y por fin llegó la voz maravillosa del policía jefe que dijo: a ver señores, los esperan en el puesto fronterizo. Les aplicarán una multa y de no pagarla quedarán registrados como violadores de la Ley y cuando intenten volver a Guatemala no se les permitirá la entrada…
- ¡Dios mío –pensó el reportero- pero si apenas llevo información como para diez líneas de mi reportaje….¡NO! Claro que pagaré la multa. Si pretendo volver con tiempo y desde luego con papeles…
El regreso fue maravilloso. Pensar en que a cada metro se acercaba la Patria era regocijante para el corazón de los reporteros.
Ya en el retén, a cinco metros de la línea divisoria, el letrero de “Bienvenidos a México” lucía como el acta de matrimonio en manos de un ingenuo…
¡Por fin!
¿Por fin que?
Pues no sé, pero ya estoy en México, pensaba el reportero…

LA MULTA

El final de la visita es muy importante:
La charla de los reporteros fue en el sentido de:
- ¿De cuánto será la multa?
- No tengo la menor idea.
- Sólo traigo cien pesos en efectivo.
- Mmmmm. Bueno, habrá modo de pagar con tarjeta…
Lo que pasó a continuación requiere ser narrado por episodios. Van:
a) Los últimos cinco metros entre los reporteros y la línea divisoria sólo eran separados por un cono color naranja.
b) Al observar que el auto mexicano avanzaba en dirección a México, un niño como de unos 10 años, delgado, moreno y sonriente, hizo a un lado el cono y puso cara de algo parecido a una despedida…
c) Confuso, el reportero detuvo el carro en un costado, aún del lado guatemalteco; pero reaccionó enseguida y pensó: ¡No. Ni madres. Mejor pónlo del lado mexicano…Por si las moscas…!
d) Ya colocado el auto de este lado de la línea, envalentonados, los reporteros volvieron a cruzar la frontera –de manera ilegal, por supuesto- y observaron lo siguiente:
1) Un señor con uniforme de las autoridades migratorias guatemaltecas cambiaba pesos por quetzales con unos choferes de las trimotos rojas –que ya dijimos que son de país vecino-. Nos miró, sonrió y siguió con su intercambio de billetes.
2) Dentro de un cuarto de unos cinco metros cuadrados, dentro del cual se encontraban unos colchones amontonados, un escritorio y una máquina de escribir, otro señor con uniforme del instituto de migración nos preguntó amablemente qué se nos ofrecía.
3) Le contamos lo sucedido y le preguntamos: ¿Cuánto es de multa?
4) El señor se nos quedó mirando, volvió a sonreír –ahora con más ganas- y dijo: por esta vez no es nada. Gracias por su visita, pero la próxima vez pasen aquí a que les demos su permiso, que es gratuito.
Luego, nos mostró un letrero pequeño, discreto, colocado frente a su oficina y en el cual se lee el requisito de pedir permiso para entrar a Guatemala.
A estas alturas el reportero ya había hecho una novela en su imaginación:
Desde que pudo regresar de “El Naranjo” hacia “El Ceibo” pensó que habría una oficina de migración con toda clase de instalaciones tecnológicas.
Con conexión satelital y que en caso de no pagar la multa –que esperaba fuese de unos 3 mil pesos, ya por la barata…- quién sabe cómo pero las autoridades guatemaltecas le podrían colocar un GPS sin que el reportero se diera cuenta y eso sería suficiente para que lo ubicaran en su territorio la próxima vez que intentara andar de ilegal en el vecino país centroamericano.
Recordó la película de Will Smith, en la cual la CIA le ha puesto localizadores satelitales en los calcetines, zapatos, pantalón y hasta en salva sea la parte…

- Uff…Nada de eso pasó. Afortunadamente.

EL TOTOL DE A 120…

Eso sí, el reportero checó los precios de algunos productos que le permitieron darse cuenta de las diferencias económicas entre México y Guatemala y de cómo en México tratamos a los Centroamericanos con abusos; de lo que ellos siempre se quejan…
La reportera –desde luego- aprovechó para hacer unas compras…
Nomás dos datos; porque este asunto será motivo de otro texto:
Entre “El Naranjo” y “El Ceibo” se ubica el poblado de “Lagunitas”.
Es una ranchería en la que –con las prisas tras el regaño- apenas se pudo observar una escuela, una tienda, así como una docena de casas pequeñas en la orilla de la carretera…
- Quiero dos cocacolas, pero sólo traigo pesos mexicanos; le indicamos al tendero. Le dimos tres monedas de diez pesos y añadimos a los dos refrescos una bolsa con seis piezas pequeñas de pan.
Nos devolvieron una moneda de quetzal, equivalente a 2 pesos mexicanos.
Frente al mostrador de madera se ofertan chanclas.
Muy parecidas a las que se venden en cualquier tienda de Chedraui.
- ¿Cuánto cuestan las chanclas?
- 30 pesos mexicanos, fue la respuesta.
En Chedraui, esas chanclas no cuestan menos de 80 pesos.
En “El Ceibo”, por el lado guatemalteco, hay productos que se venden a precio de mayoreo a partir de tres piezas en unos casos y de seis en otros.
Cada fin de semana –nos contaron- llegan en promedio diario 1 500 comerciantes mexicanos a comprar, los viernes, sábados y domingos.
Un juego de sábanas, con etiqueta de fabricación norteamericana y de la marca “Primavera”, cuesta 170 pesos y por mayoreo se consigue hasta en 150 a partir de media docena.
En el Sur de Veracruz ese producto se pueden encontrar en 300 o más; según se deje el cliente.
Ya del lado mexicano, en la comunidad de Emiliano Zapata -un ejido que pertenece al municipio de Tenosique antes de sentarse a comer vale la pena preguntar los precios.
Un plato de caldo de guajolote, con una presa de tamaño regular, arroz y chile, cuesta 120 pesos.
El mismo caldo, en Minatitlán, costaría 60 pesos y quizá se consideraría caro.
Hay historias de que a los migrantes se les puede vender un refresco hasta en 50 pesos, ya en territorio mexicano.
Todas las carreteras de esta zona fronteriza están en buenas condiciones.
En el camino a “El Ceibo” topamos con unos diez migrantes, con maleta al hombre en pareja o solitarios.
Es raro que caminen por esta zona.
El motivo: los agentes de migración que rondan el área y los capturan.
Los migrantes más bien cruzan por ranchos y comunidades rurales tan peligrosas como dispersas.
El puerto fronterizo de “El Ceibo” es uno de los cinco puntos que cuidan autoridades migratorias mexicanas y guatemaltecas.
Es el único en Tabasco. El resto está en Chiapas.
“El Ceibo” es un puerto migratorio y es una zona comercial internacional.
Tenosique, Balancán, Emiliano Zapata, el río Usumacinta, son los nombres que los migrantes tienen en la mente…
Pero como decía la mamá Goya: “eso es otra historia”.
De Tenosique a Coatzacoalcos.
Luego a Medias Aguas.
Después a Tierra Blanca.
Finalmente, a Lechería en el Estado de México.
Esa es la ruta.
Y ya. Ahí termina el periplo migrante por el Sur de México.
Es apenas la mitad del recorrido hacia Estados Unidos y los que conocen en qué consiste saben que el viaje por tren, trepados en vagones sin protección alguna, llevarán a cabo un viaje de días, de semanas y a veces de meses.
Para entrar a México, a los centroamericanos se les pide una Visa, como los Estados Unidos le exigen al resto del mundo.
Sin Visa, no hay acceso a México y conseguir este documento es casi tan difícil como hacerlo con el gobierno norteamericano, nos cuenta el empleado fiscal que niega dar su nombre y trae su identificado al revés.
Años atrás he viajado a México y a Estados Unidos con Visa. Ya se venció y no la he vuelto a obtener.
Pero me costó mucho trabajo obtener ambas y en México, a pesar de llevarla, me tuve que “mochar” cuando me detuvo la policía para una revisión, se queja.
Para los 120 mil guatemaltecos que cruzan México cada año obtener una visa es imposible: se les pide comprobante de empleo, cuenta bancaria, la prueba de poseer un patrimonio propio, etc…
Justo por no tener eso, es que arriesgan la vida para intentar ir a Estados Unidos y deben pasar por México.
Los más pobres, son los que se suben al tren y lo hacen por dos rutas: la de Tabasco, en Tenosique o la de Chiapas, en Tapachula.
Los migrantes que tienen dinero suficiente, viajarán en autobús.
Los que tienen un patrimonio y deciden arriesgarlo le pagan a un pollero que los traslada desde Guatemala hasta Estados Unidos.
Por ese viaje pagarán hasta 7 mil 500 dólares por atravesar las dos fronteras: la mexicana y la norteamericana.
En todos los casos: por tren, por autobús o con el “boleto” del pollero los riesgos son los mismos: la violación de los derechos humanos, el fraude o la pérdida de vida.
Para los mexicanos que decidan visitar Guatemala, en cambio, las cosas son más simples: cosa de leer letreros pequeños en la frontera, de pedir un pedacito de hoja con un sello medio borroso y de pagar 35 por una fumigada o 5 pesos por un pequeño viaje en un triciclo rojo.
Del lado mexicano, por cierto, la fumigada de regreso cuesta 60 pesos y si no le pides comprobante fiscal al empleado federal, se hará tarugo y se clavará la “cooperación para la patria”.
Antes, un letrero muy grande te habrá dicho: “Bienvenido a México”.

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