domingo, 4 de febrero de 2018

EN EL VORTICE DE LA VIOLENCIA POR HAMBRE

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Joel Vargas
México es un país bien dotado por la naturaleza, posee inmensas riquezas explotables para hacer de su pueblo seres felices. Cuantificar sus estadísticas a partir de sus dos importantes litorales, de su codiciable riqueza del subsuelo, de la impresionante feracidad de la extensión geográfica de sus tierras de cultivo, de sus minas que producen toda clase de materiales ferrosos, que van desde el oro, la plata, el cobre, etc., la abundancia de grandes volúmenes de agua dulce para los indispensables desarrollos de asentamientos humanos. Y la lista podría ser larga, pero el castigo de la naturaleza ha sido sin misericordia, pues su historia reciente no ha podido parir al hombre-hombre que con una gran visión de grandeza fuera capaz de administrar con ética irreductible las grandezas riquezas que corresponden a todos.

La lista de los que en mala hora han sido impuestos como presidentes de la República, solamente han podido, sin mucho esfuerzo, arrastrarla hacia la pobreza. La estadística más reciente, la de estos días, nos dan a conocer que en el país viven en la inopia noventa y cinco millones de pobres. En estas circunstancias, ningún esfuerzo titánico podrá dominar la heterogeneidad de la violencia, porque todo se nos ha vuelto violencia, pero la más grave es la violencia del hambre. Recordemos que Ruiz Cortines fue uno de los presidentes más honrados que registra la historia postrevolucionaria. Utilizó el poder para servir a la patria, esto es, a la gran nación mexicana que es de todos.

Por la presidencia han pasado asesinos, locos, dipsómanos, cleptómanos, inmorales, débiles mentales, bígamos, poliándricos, depravados absolutos sin contenciones morales. En las próximas elecciones del mes de julio votarán, si así lo deciden, 87 millones de mexicanos. Ya no debe ser que los presidentes sigan arribando al poder con quince millones, esto es, con una inmensa mayoría en contra, en nombre de una democracia perversa para no soltar el dominio sobre los pobres y los ignorantes. Claro que a los ricos que han manejado los bienes nacionales, les niegan al pueblo el conocimiento de las entrañas de la nación: sus deudas, sus compromisos con empresas extranjeras, la rapiña gringa, la reconquista de los españoles, la rapacidad histórica contra México. El expansionismo ventajoso de los gringos, etc. Ningún presidente ha sido luz patriótica para iluminar el camino de nuestro desarrollo.

Había dos nichos importantes en cierto museo de Oaxaca. Uno era indiscutiblemente para Benito Juárez, político probó cuyo merecimiento era indeclinable por sus méritos inextinguibles.

Juárez fue un arquetipo, un paradigmático de la vida pública y en esa dicotomía histórica no había con quien compartir las virtudes del poder que no fuera con Porfirio Díaz. Los dos oaxaqueños insignes, ambos pulcros hombres de Estado. Juárez dejó como herencia cívica y honradez pública, su inmortal consejo para los políticos: “Los funcionarios públicos no pueden disponer de las rentas sin responsabilidad. No pueden gobernar a impulsos de una voluntad caprichosa, sino con sujeción a las leyes. No pueden improvisar fortunas, ni entregarse al ocio y a la disipación, sino consagrarse asiduamente al trabajo, disponiéndose a vivir en la honrada medianía, que proporciona la retribución que la ley le señala”.

Y nada de que Porfirio Díaz es un traidor a México, traidores hay por almácigos en estos momentos de nuestra historia, Díaz fue un gran estratega militar defendiendo la patria. Fue un hombre de Estado y efectivamente impulsó el desarrollo del país. Construyó vías férreas importantes e inauguró el uso del ferrocarril como principal transporte para el pueblo pobre. Estimuló la expansión fabril y se dictaron leyes que permitieron la paz y el progreso. Que el dosel del poder se hizo girones, es cierto. El senecto Díaz se lo había tragado el tiempo y quiso eternizarse en el poder, como ahora sucede con el PRI, esclerótico y moribundo. A los príistas que se alistan para seguirle robando a la nación, hay que embarcarlos en un segundo Ipiranga.



Los políticos de altura en México no existen. La corrupción atosigante está por encima de la ley y de los hombres públicos. Los asesinatos a penas logran el equilibrio demonográfico. El caos va en aumento. Se quisiera entonar una música celestial doxológica para bendecir a los que conducen el gran poder y la incuantificable riqueza de la nación mexicana, pero los merecimientos no existen. Todo ha sido mal y peor. Porfirio Díaz dejó su epígrafe: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”. Ahora diríamos: “Pobre México con sus hijos multimillonarios posados en el dintel de la abundancia viendo como se consume la patria”.

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