miércoles, 23 de septiembre de 2015

La descalificación daña a quien la pronuncia


Prosa Aprisa
Por: Arturo Reyes Isidoro

No es frecuente, pero sí en algunas ocasiones algún lector trata de cuestionarme por lo que publico, aunque en lugar de refutarme con ideas, con razones, con argumentos, me descalifica o hasta me insulta.
Lo respeto pero lo ignoro. No le otorgo ningún valor. No aporta nada al debate diario que se debe dar para tratar de mejorar el estado de cosas de la vida pública de Veracruz, ni me aporta nada para hacerme pensar, reflexionar, rectificar si es necesario y mejorar mi información.
Estoy abierto a la crítica cuando está fundamentada. Sólo con ella puedo ser mejor. El pasado 21 de agosto, reporteros le preguntaron al dirigente nacional del PRI, Manlio Fabio Beltrones, su opinión sobre el llamado que había hecho el líder nacional del PAN, Ricardo Anaya, a un debate de ideas con Andrés Manuel López Obrador. Su negativa fue rotunda: “No cambia de discurso, es un político descalificador, pero sin propuesta.
Eso daña a quien las emite porque no tiene ideas que pronunciar”. El Peje había calificado al primero de “mafioso” y al segundo de “aprendiz de mafioso”.
La descalificación daña a quien la pronuncia y además muestra que no tiene ideas que pronunciar. Esa fue su tesis central. El lunes fue un día desafortunado para el gobernador Javier Duarte de Ochoa.
Su descalificación al diputado federal Miguel Ángel Yunes Linares al equipararlo con un perro chihuahueño hará que se le recuerde siempre y que se le tome como referencia histórica de lo que nunca debe hacer ni decir un gobernante que se precie de serlo.
Aparte del daño que le va a causar lo sucedido, sin pensarlo se hizo daño a sí mismo: mostró su debilidad, una debilidad ante su peor enemigo político, que lo molesta, que lo irrita con su crítica y señalamiento, y no hay peor debilidad en un político que mostrar su debilidad.
De paso, por el poder que ostenta, ante la opinión pública dejó en calidad de víctima a quien seguramente quiso mostrar como victimario, como su victimario.
Ni siquiera Fidel Herrera Beltrán, el enemigo original tanto político como personal, “a muerte”, de Miguel Ángel llegó a tanto durante su sexenio.
Si bien hacia adentro de su administración y en corto mediante paga a algunos periodistas institucionalizó el calificativo de “perro” para referirse al panista, hacia afuera sólo se refería a él como “el innombrable”.
Fidel era borracho pero no comía lumbre. Desde el inicio, el gobernador debió haber suplido su inexperiencia y equilibrado y de haber sido posible frenado el arrebato de su juventud con una asesoría profesional, con experiencia, que le diera armas y lo blindara ante sus críticos y enemigos con ideas, razones, argumentos, con sustento basado en la investigación y datos históricos, con documentos probatorios y comprobatorios. Y con entrenamiento.
Cuando uno se entera quiénes van a asesorarlo a la Casa Veracruz, que son los mismos que como sus colaboradores han dañado su imagen y la de su gobierno, y que lo siguen mal aconsejando, no puede dejar de sentir preocupación, porque finalmente no sólo se trata de él ni de su equipo de trabajo y de su administración sino de Veracruz y de todos los veracruzanos.
Yo me pasé treinta años adentro del poder, siempre en área de prensa, y supe y aprendí y puse en práctica con el gobernador en turno, que a diario o siempre que fuera necesario debíamos hacer un ejercicio de preguntas y respuestas sobre los temas candentes de actualidad ante la eventualidad de que pudiera ser sorprendido por las preguntas de mis compañeros de prensa, quienes finalmente no hacen más que su trabajo y al hacerlo cumplen con su responsabilidad, que es la que le otorgan y confían sus lectores, la sociedad.
Ahí corregíamos y determinábamos qué se debía responder y cómo responder, pero nunca con descalificaciones contra ninguna persona, así fuera el más severo crítico.
Claro, el gobernador se dejaba ayudar, oía y escuchaba, atendía, no se enojaba por las sugerencias o indicaciones que le hacíamos ni se creía el dueño absoluto de la verdad ni que su visión de las cosas era la única.
Una conferencia de prensa que debió haber sido aprovechada para recuperar terreno ante el incrédulo y desconfiado ciudadano, para posicionarse mediáticamente en forma positiva, para fortalecer la imagen personal e institucional a sólo unos cuantos días del quinto informe de gobierno y a unos cuantos meses de que termine el sexenio, se fue por la borda con una desafortunada descalificación.
Primero fueron los diputados federales priistas, todos (los verdes también son priistas), y ahora fue el propio titular del Ejecutivo; la representación de dos Poderes ha sucumbido ante un solo hombre. Es incomprensible. Lo han hecho víctima y lo están haciendo crecer. Lo están posicionando ante los medios y ante el electorado de a gratis. Miguel debe estar feliz.
Cuando se decida a hacer campaña política en forma abierta en busca de la gubernatura sólo tendrá que cosechar el terreno que le están barbechando desde el mismo Palacio de Gobierno. Pero nadie parece darse cuenta.
Es lamentable que el lenguaje oficial haya caído a niveles impropios y que haya sustituido a la propiedad que debe guardar todo lenguaje político, de la diplomacia política, de Estado.
Preocupante, además, porque cuanto un gobernante habla y dice, no lo hace sólo con su representación personal o de grupo sino a nombre de la institución a la que representa, que está sustentada, a su vez, en la voluntad popular, la de todo un pueblo. Además, aquí sí, como en el caso de la justicia norteamericana, tienes derecho a guardar silencio porque todo lo que digas puede ser usado en tu contra.
Y la historia lo registra y su juicio es implacable. Y no perdona. Alguien tiene que ayudar al gobernador. Por el lado de Miguel, me sorprendió que ya no reaccionó violentamente como antaño e incluso, en forma inteligente, se puso en el papel de víctima: dijo que él nunca se atrevería a ofender: “si él (Duarte) piensa que llamándome así me ofende, se equivoca, me encanta. Soy un admirador de los perros”.
¿Ya se le quitó la rabia? De buenas a primeras está conciliador, se muestra respetuoso, ya no se enoja. Propios y extraños le reconocen que es inteligente, que sabe de política, que no le tiembla el pulso para tomar decisiones y actuar, que sabe dominar, que se impone. Si ya logró controlar su carácter, sus arrebatos, si a partir de ahora actúa con frialdad, entonces, cuidado, ahora sí será verdaderamente peligroso.
Perro que ladra no muerde, pero perro que no, sí.
¡Grrrr!

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