viernes, 7 de octubre de 2011

"El Duque de Aca"

Guillermo Domínguez Dalzell (Foto Jesús Gutiérrez)


Columna: Déjame que te cuente…


Por Sergio M. Trejo González




Guillermo Domínguez Dalzell, un personaje acayuqueño que siempre me ha parecido no corresponde a la época ni al lugar que a nosotros nos ha tocado vivir, pues parece ser obtenido de los cuentos de los príncipes azules, aquellos que rescataban doncellas monacales, esas infantas que permanecían en claustro hasta que resultaban salvadas; de esos cuentos guiados por el prototipo que manejaba Walt Disney o los que conocimos en las series del “Teatro Fantástico” de don Enrique Alonso, el genial Cachirulo, que solía narrar en la televisión, cuando hasta el arcoíris salía en blanco y negro. Veíamos pasear alguna vez por el parque a don Guillermo, cuando nuestra ágora estaba poblada de framboyanes, algún par de eucaliptos añosos, y el simbólico “bombín”, una persona que parecía tener esa magia de soberano, dado a que encajaba con la idea que se les inculca desde niñas a las mujeres.
No exagero en mi opinión porque de verdad que tenía mi personaje, y tiene todavía, mucho de los príncipes celestes de mis lecturas triviales. Clase, personalidad, seriedad, inteligencia, incluso nos muestra su enorme sensibilidad cuando nos obsequia tópicos nostálgicos donde asoma mucho de la esencia de su corazón, lo cual considero debiera ser el factor principal que debiera explorarse antes de comenzar a definir a cualquier príncipe.
Y bueno, hay quienes lo catalogaban como un “playboy”, debiendo aquí significar que existen corrientes sociales que etiquetan de tal manera a los jóvenes solteros codiciados, especiales, buscados para mantener relaciones y situaciones únicas. Precisando que no es un playboy el que cambia de pareja todas las noches, porque no tiene respeto ni por la mujer ni por su propio talento. Eso es un picaflor un Casanova o un Don Juan Tenorio. Un auténtico y original playboy es una persona que principalmente busca relacionarse con mujeres de su estatus, protegiendo su heredad, lo principal es mantener el patrimonio fuera de peligro sin enamorarse y sabiendo ser un hombre cordial, amable y hasta bondadoso. Pero bien, vamos a colgar el Cuento del príncipe azul y dejar a un lado las cuestiones románticas de conquista, las flores, cena romántica, cine, cartas, serenatas, y bodas maravillosas que salen publicadas en la revista “Hola”. Olvidemos las hadas, la calabaza, el reloj marcando las doce, la zapatilla de cristal, la manzana envenenada, el beso del heredero y su brioso corcel, la torre, la bruja, el perdurable sueño y su amor eterno. Situémonos en Acayucan donde nació, un 30 de mayo del año 1936, y vive un Guillermo Domínguez, que efectivamente significa un galán de novela, pero no es un cuento porque lo tenemos en vivo y a todo color, ha charlado con nosotros, y sabemos que se preocupa por sus negocios, por su gente y, aunque continúa siendo procurado y requerido por las féminas, se la lleva suave. El señor se halla en nuestra realidad, de atmósfera tercermundista pero existente, con bastante holgura económica pero con las preocupaciones ciudadanas que, bajita la mano, deja sentir a quienes deciden la política del estado, instalando estratégicamente a sus allegados. El hombre se preocupa por Acayucan y eso es valorado por quienes lo escuchamos, enterados que dada su buena relación con gobernantes padece un titipuchal de solicitudes de recomendación, como si tuviera una agencia de colocaciones políticas. Cierto que se le deben muchos nombramientos y algunos cargos pero el hombre sabemos se mantiene al margen lo más que puede.
Inteligente dije, y preparado, es el hijo de don Rubén Blas Domínguez Dodero y doña Chabelita Dalzell de Domínguez. Lo vimos desde siempre ahí, en el centro histórico de nuestro Acayucan, en el calor de una casona de tejado clásica y aspecto señorial, con pilares y corredor bordeado de balaustres; rodeado de reliquias. En esa esquina de Constitución y Negrete, lugar desde donde su padre dispuso de muchos cargos y ejerció muchas responsabilidades que tienen que ver con el desarrollo de nuestra ciudad. Don Rubén fue presidente municipal, y amigo de un presidente de la República que derramó beneficios a nuestra ciudad. Don Guillermo no ha tenido más remedio que adoptar el roll de vida que su condición le ha concedido. Se desarrolló buen tiempo como Presidente del consejo de la Central de Promoción Rural “Miguel Alemán”, un organismo filial de la fundación “Miguel Alemán Valdés”, destinado a conceder créditos a personas sin acceso a los bancos, sobre todo a campesinos y a mujeres.
De Guillermo Domínguez podíamos decir muchas cosas: Que domina el idioma inglés, que ha viajado por todas partes, que administra con éxito sus negocios, incluso debemos significar que algunos amigos lo consideran un auténtico sibarita, pues ciertamente es un hombre de gustos refinados y exquisitos en la comida, en la bebida, en la música. De sonrisa franca. Con la mano en cuyos dedos abraza un puro apagado y acostumbra el sombrero fedora o borsalino, no sé; viste llanamente pero con buen gusto y su ropa siempre está limpia y cuidada. Un hombre con la educación que no resulta fácil encontrar en estos días; sin exageración en sus modales respecto a la caballerosidad ni a la galantería. Imposible que pase desapercibida su presencia o su prestancia. Sin duda… es un “Hombre con Charme”.
Me cuentan que ha compartido vivencias con altos personajes del mundo social y el político, como de niño compartió juegos que todavía recuerdan quienes lo vieron amarrarse a la cintura las pandorgas que amenazaban con levantarlo.
En alguna etapa de su vida tuvo, Guillermo Domínguez Dalzell, la inquietud de publicar su trabajo literario encerrado en una novela titulada “El Misterio de la Coprera”, una novela de ficción, revisada por el Roberto William García, presentada hace algunos años en la sala de cabildos por Joel Vargas Cruz y Tomas Sánchez Quevedo. Me atrevo a opinar de su libro: Que se desarrolla en un ambiente de trópico, donde prevalece el manejo político propio de los antiguos caciques; personajes con mucho poder que vivían en la provincia pero trascendían a la gran metrópoli. Su estilo semejante, con proporciones guardadas, al estilo en que Gabriel García Márquez, diseña “Los funerales de mamá grande” y traza sus “Cien años de soledad”. Inspirado, don Guillermo, seguramente por algunas vivencias personales, escribe sobre un misterio en las plantaciones cocoteras, con hechos sangrientos, con fantasmas y cosas extraordinarias, que se reviven y repiten de manera periódica, de manera y forma parecida a los tiempos cristeros. Ignoro los motivos del pseudónimo: “EL Duque de Aca”.
Intenté comunicarme con mi personaje, pero… se debe ser mesurado en ciertos casos. Me conformo con saber que recibió mi saludo en su retiro; me dio gusto también enterarme de su restablecimiento. En tiempos normales a “Guillo” (así le dicen sus amigos) se le encuentra cotidianamente en su restaurante en los bajos del hotel Plaza, desde donde regala saludos y comparte su tiempo con los comensales, que apreciamos la cortesía y caballerosidad de un hombre distinguido e influyente, que nos estrecha la mano para que podamos tocar a un príncipe de verdad.
Desde mi perspectiva general don Guillo, es un señor. Buen patrón, buen vecino. Buen amigo de sus amigos. Eso es bastante en estos tiempos de competencia y lucha, de envida y de ratería. Un acayuqueño versallesco, asturiano o monegasco, que sin embargo convive entre nosotros sin hacer melindres ni desaires, lo vemos acompañado por un par de amigos, naturales al extremo de la espontaneidad, y por damas que deben sentirse muy halagadas, porque siendo de cunas diferentes las cultiva y las consiente. La vida de Guillermo Domínguez, a pesar de su posición, no bordea la frivolidad del glamur, el boulevard ni la dolce far niente. Porque el "niente" no es absoluto, en su caso por lo menos es relativo. Observamos que su devenir oscila entre la cotidiana contemplación, la lectura, el relajo, la supervisión, el paseo y el balancín de sus recomendaciones y sugerencias de algunos inconvenientes ciudadanos.
Lo miré por ahí, hace ratito, cruzando la esquina en su automóvil; fue un saludo desde lejos con la mano. Parece que todo va bien… me puse a escribir todo esto. Espero que mis apuntes no representen agresión ni agravio a su respetable persona. Solo queríamos hacerle llegar una cálida salutación y desearle una pronta recuperación.

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