jueves, 11 de noviembre de 2010

50 aniversario del periódico "El Diario del Sur"


Columna: Déjame que te cuente…

Por Sergio M. Trejo González.

Cumplir 50 años no es cualquier cosa, pues a diferencia de otros cumpleaños es un evento importante que considero debemos celebrar con gran algarabía en la medida de las posibilidades. Por tal razón me complace tener entre mis manos la misiva pulcra y elegante que contiene la participación de la ceremonia del 50 aniversario del periódico “El diario del sur”.
Tal acontecimiento me parece sumamente trascendental, no solo para quienes conforman el plantel de dirección de tal entidad, sino para la sociedad misma, que somos todos los que de cualquier manera hemos visto y vivido la trayectoria o evolución de Un heraldo que saliera a circulación de alguna forma un 23 de octubre del año de 1960.
Escribo esto sin pretensión de entrar en los detalles de nombres de personas que se han visto involucradas desde el nacimiento de tal entidad informativa, ya que durante más de un mes llevamos leyendo, como parte de los festejos de “El Diario”, la serie de entrevistas, a las fuerzas vivas, que contienen la semblanza necesaria para tener la clara idea de las vicisitudes por las que atravesaron quienes se han visto involucrados en este proyecto del Licenciado Ángel Leodegario Gutiérrez Castellanos, un visionario en este campo, además de tantos renglones y apartados sociales y políticos que emprendió y lo hizo muy bien; personaje que definitivamente debe observar desde la dimensión donde se encuentra con satisfacción su obra y el ejemplo que logró sembrar en quienes le conocimos y admiramos.
Hubiera resulta mas fácil escribir una crónica de tal celebración, mañana o pasado mañana, pero esa tarea es para los cronistas de sociales y de los verdaderos periodistas, cuya misión es informar lo que va pasando y sucediendo. Un servidor le gusta aventurarse a lo que vendrá…Disfruto imaginando lo que deberá suceder desde la perspectiva de una invitación signada por una señora, conocida y apreciada en Acayucan y en muchos lugares donde la conocemos: Doña Yolanda Carlín Roca. Una dama en toda le extensión de la palabra, quien tuvo el privilegio de compartir fielmente su vida con un hombre que derramaba ideas, mensajes y sentencias. Ignoro si realmente las frases y estrofas brotaban espontáneamente de su cerebro inteligente o todo era producto de su conocimiento enciclopédico o si resultaba de ambas posiciones, pero el chiste es que podríamos colocarlo en la escala de un auténtico filósofo que tenia la respuesta para todo. No solamente se destacaba como excelente orador sino que resultaba un oyente inigualable. Sabía cultivar tal virtud como soporte de una comunicación efectiva, pues dominaba esta circunstancia evidente que cada persona, en su fuero interior, desea o necesita ser escuchado con respeto y cortesía.
De su inigualable sentido del humor y de su espíritu bohemio y trovador, se han escrito algunos renglones que deben ser condensados. Al tiempo. Sabia divertirse y lo hacía cada vez que se presentaba la oportunidad… yo lo vi, a mí nadie me lo dijo, celebrar en su domicilio el triunfo de dos diputaciones con todos los rebalses, entre gente animada y gozadora como ninguna. Al respecto escuché a José Luis Ortega, a propósito de este clan, preguntarse qué gracia había sido concedida a esta familia de los Gutiérrez Castellanos y su descendencia para que tuvieran esa facilidad para cantar, bailar, componer, inventar… No sé, creo que lo suyo fue una iluminación, de ella nos enviaba con su palabra y su acción, continuamente, parábolas y epístolas, de contenido ético, estético, ideológico. Esos mensajes tuvieron siempre una repercusión social con un fuerte impacto político, destacando siempre su amor: “A Yolanda”, después de ella venían los análisis, los axiomas, sus apotegmas y sus tópicos, convencido de que la sociedad debe participar de manera cuestionadora, con sensibilidad pero con espíritu concertador; carácter, decía, sin andar de agachones. Impactaba eficazmente con sus ideas y su modo de actuación en el desarrollo del estado. Por algo fue distinguido con tan altos cargos políticos. Definió el valor de la amistad y combatió la intolerancia y la arbitrariedad. La combatió y la padeció y la superó. Regalaba consejos a los lectores y a quienes nos acercamos para pedirle ayuda contra los poderosos, conscientes de que el que puede es “como un Dios”. Tenía la respuesta a flor de labio y su lección resultaba valiosa. Conocía a las personas no solamente por la apariencia y sabía darles el lugar y el trato justo a todos.
Por todo lo que Ángel Leodegario Gutiérrez Castellanos sembró, no me sorprenderá ser testigo de la asistencia nutrida de este viernes 12 de noviembre, en salón Katzini del Hotel kinakú, donde a las 6 de la tarde tendrá lugar una reunión nostálgica de muchos amigos de la familia Gutiérrez, tantos hombres que aprendieron en tan modestos talleres las faenas que les permite vivir en la complacencia de trabajo honrado. Acayucan se vestirá de gala esta tarde por con la presencia de personalidades de todos los círculos sociales, del quehacer cultural, literario y periodístico. Políticos también. Muchos buenos vecinos que tienen el privilegio de tener ahora una familia cuya mejor herencia es precisamente el digno apellido, estarán en La emoción, y los recuerdos característicos de un evento de esta catadura.Hijos, esposas y amigos de muchos trabajadores de la comunicación espero tener la satisfacción de saludar la tarde de este viernes, en el marco de las fiestas de nuestro santo patrono San Martin.
Quiero hacer patente mi felicitación a todos y cada uno los miembros de la familia Gutiérrez Carlín, mis amigos, y a quienes durante cincuenta años han dado vida a un medio de comunicación tan importante, porque no se trata solamente de los miles de renglones y páginas escritas año tras año por medio siglo, sino de un periodismo que sobrevive por la huella del amor que un señor, Ángel L. Gutiérrez Castellanos, tuvo para con ese diario y para su esposa y sus hijos, por su genio de independencia que supo imprimir a su manera de trabajar, sobre todo independencia frente al poder, fuera éste económico, religioso o político.

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